Viste de negro para deshacerse de la luna,
busca una melodía entre los que pasan,
crece como los perros del cielo amenazante
y sus manos tejen el diluvio de las horas.
Los números fatigan esa doble visión:
cremas heladas, fernet o cerveza
junto al insoportable misterio de su columna
mientras la noche habla sin gestos.
El humo también conspira
diluyendo la silueta del padre
dentro del monólogo de la madre
y yo qué toda ceniza.
Al naipe del amor no habrá de sostenerlo
en medio de tantos huracanes
porque, se sabe,
la piel muda como el ojo del castillo.
lunes, 16 de junio de 2008
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