martes, 3 de junio de 2008

EL ACUERDO (I)

Buscaron el punto en común del acuerdo. Habían deliberado y cotejado las razones para que ninguno de los asistentes a la reunión pudiese más adelante esgrimir el torpe argumento de la falta de interés o la desidia, tan irrisorios dentro del entorno familiar.

Los bienes a repartir apenas alcanzarían para saldar lo que había demandado un agónico tiempo de espera, con sus lamentables paseos, medicamentos, vigilias y absurdo.

La señora Potenze brilló en la eternidad como el reflejo de un fósforo y las bondades que cada sobrino debió agradecerle tocaron el vapor solemne de la casa.

Recordaron su carácter de alimaña y echaron a volar un corazón de naftalina mientras el notario --urgido por otros compromisos-- exigía la firma, irreductible.

Buscaron el punto en común del acuerdo. Era demasiado tarde. La rutina tenía más peso que la sombra de un ahogado.

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