domingo, 28 de septiembre de 2008

VISITA CONDICIONADA

Ilusión que va ganando terreno dentro de los planes para el domingo: la música de Bob Marley, un verso teñido con la temperatura del reggae, los ladridos de Morena esfumando la esquina donde asoma, poderoso y amplio, el laurel. "Que no se hable de lo mismo", pienso, "porque la reunión merece un clima." Ellos habían telefoneado la noche anterior dejando varias pistas en medio de las presumibles ausencias de tono y los carraspeos, pero ya conocía la forma de aceptar ese código familiar. "Una buena carne a la parrilla y un tinto", pienso, "y que la vieja navegue por mis catorce años." Ahora tengo algo más de cuarenta y sin embargo el vacío me deja a un paso del desmayo: nos tomaron como rehenes en el asalto a una estación de Shell, cerca de San Nicolás. Mi viejo pidió por favor que no le quitaran el sobre de cuero con el blister de los ansiolíticos, mascaba chicle como un condenado y transpiraba. "El pibe sufre de asma", les dijo. Entonces uno de los ladrones -que parecía controlar todo sin fisuras- agarró el sobre de cuero y lo tiró al otro lado de la ruta. Los ojos de Bob Marley saludan al resplandor que juega con el contorno de la mesa. Todos temblamos. Un eterno segundo se llevó a los dos tipos, fuertemente esposados, hubo nombres y tal vez la consagratoria presencia del héroe luego de la tensión. "¿Y qué noticias llegan de Hamburgo?", preguntaré con el intento de disimular ese guiño de la nostalgia, "Seguro que han decorado la casa para recibir a..." El bastón me trae una voz que, asimismo, recompone la figura voluminosa de mamá. "Visita condicionada", pienso, "como suele decir, cada cinco años con bastante fortuna, mi hermano menor. Ese sí que la tiene clara."

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