viernes, 28 de agosto de 2009

LA DIETA DEL TOPO

Anduvimos en medio de la penumbra con la caricia helada del viento de agosto. Como si los caminos del deseo hubieran proyectado hacia adelante el devaneo de un fantasma. Ese colapso –mitad humo, mitad estupor- de cuerpos que la distancia maduró caprichosamente. Nos besamos y la voz lunar se descontroló.

(“Porque no habría resultado”, dijiste en un hilo de voz, “y las cosas toman rumbos impredecibles”. Era cerca del final de los ´90, cuando preparabas tu viaje a Londres. Importarían muy poco los paseos, un helado, la boca turbia).

En la vieja estación recuperamos aquel motivo soñado: una fecha para dilatar la idea del compromiso, semejantes a dos marionetas en el vacío.

(El animal seguía trabajando meticulosamente; cada nueva cita se balanceaba entre la desazón y la pelea).

Entonces pudo más lo profundo: ese roer llevado hasta el paroxismo, una luz que surgió entre las farolas de la plaza, la silueta que persiguió vanamente a dos murciélagos para extender la noche.

HUGO PATUTO

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